Carta Pastoral La familia, alegría de la vida



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2021-06-22

Patriarcado de Antioquía y Todo Oriente

Santo Sínodo Antioqueno


Carta Pastoral

La familia, alegría de la vida

“Para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10)

 

Índice

Presentación

Primera parte: Los fundamentos teológicos del matrimonio cristiano

Segunda parte: Los desafíos contemporáneos de la familia

Tercera parte: Cuestiones bioéticas

Cuarta parte: El papel de la familia en la vida de la iglesia

Quinta parte: Recomendaciones pastorales

  • Una pastoral especializada
  • Centros de orientación para la familia
  • Una formación pastoral continua
  • El papel espiritual del sacerdote
  • La educación cristiana
  • Una cultura del acompañamiento
  • El fomento de la procreación

Conclusiones

Índice

 

Presentación

Queridos Hijos en el Señor:

Hijos de la Santa Sede Antioquena, clero y pueblo:

Por decisión del Santo Sínodo de Antioquía, que se celebró en Balamand entre el 3 y el 10 de octubre de 2019, y como expresión de sus deliberaciones sobre el tema “la familia, su realidad y sus necesidades” que captó un gran interés debido a las preocupaciones y dificultades que rodean y azotan a las familias de hoy, enviamos este mensaje pastoral a todos nuestros hijos en la Santa Sede de Antioquía, tanto en Oriente como en los países de la Diáspora, apelando a fortificar a sus individuos y familias, con el enfoque que la Iglesia tiene con respecto a estos peligros y desafíos, proponiendo formas de evitar sus secuelas contra la rectitud de la vida en Cristo y la estabilidad de sus familias, basándonos en el pensamiento del Evangelio y la enseñanza de la Iglesia y de los Santos Padres.

La decisión de los padres del Sínodo Santo de Antioquía de dedicar a la familia una investigación y un interés prioritarios se debe a que la familia es el núcleo de la sociedad, su corazón y su conciencia, a pesar de los cuestionamientos planteados por la sociología moderna a cerca de su importancia. La preservación de la familia y la consolidación de la alegría por la presencia del Señor en la vida de sus miembros son cuestiones de suma importancia para la Iglesia, porque lo que estamos presenciando en contra de la familia y en contra de su continuidad es una amenaza en nuestro mundo de hoy a un pilar fundamental de la vida cristiana. Es por eso que nuestra Santa Iglesia le da la máxima prioridad en asistir al hombre a cumplir la voluntad de Dios en su familia, consolidándola en la verdadera fe, viviendo los valores cristianos y la perseverancia con alegría y esperanza. La familia es así una "pequeña iglesia", un testigo vivo de Cristo y una lámpara cuya luz brilla en el mundo.

Como prefacio a nuestro breve acercamiento a los títulos de esta carta, destacamos que nuestra teología ortodoxa se caracteriza por ser una teología de sanación que se compromete con el hombre en su integridad y que se preocupa por su salvación. Para ello es necesario diagnosticar primero la enfermedad y sus causas, síntomas y consecuencias en caso de empeoramiento, para poder después identificar métodos efectivos de tratamiento. El tratamiento, así como la prevención, se basan en la experiencia y la tradición de la Iglesia y sacan provecho de los hallazgos de las ciencias modernas en su búsqueda por ofrecer un tratamiento y por motivar al paciente a comprometerse en seguirlos. La Iglesia es un hospital que trata a las personas con el poder y la fuerza de Dios. El tratamiento de sus hijos está también relacionado con la paternidad espiritual y con el cuidado de la comunidad eucarística de los “enfermos” a través del amor y el llamado a confiar en Dios y su Espíritu Santo para enfrentar las dificultades. Además, la Iglesia se inspira en la herencia de los Padres y de la liturgia en todos sus programas de concienciación y curación, debido a que estos contienen los incentivos necesarios para el despertar espiritual, la apertura y el crecimiento. 

Y dado que la estabilidad de la familia es uno de los factores defensivos contra las crisis económicas, nuestra Santa Iglesia afirma su prioridad de activar todo lo que tenga a su disposición para apoyar a la familia, e invita a sus hijos a comprometerse por la humanización de la sociedad y para que sus estructuras sean más justas.

Por otra parte, esta carta plantea cuestiones fundamentales de la vida relacionadas con la familia, y le corresponde a cada diócesis activar las ideas presentadas de acuerdo con sus circunstancias y condiciones y en la sociedad en la que se encuentran para trabajar de acuerdo con sus estatutos y leyes. Por lo tanto, la tarea de ejecución está asignada a todos nosotros, pastores y feligreses, porque cada creyente es responsable del conocimiento y los dones que Dios le ha dado.

Que Dios nos fortalezca para que crezcamos en su gracia, y que nuestro servicio nos enaltezca a fin de que el cuerpo de la iglesia esté unido en el amor y nuestras familias prosperen en la alegría de vivir.

Emitido el 08 de noviembre de 2019 en la sede patriarcal de Damasco


Juan Décimo

Por la misericordia de Dios

Patriarca de Antioquía y todo Oriente

Índice

 

Primera parte

Los fundamentos teológicos del matrimonio cristiano 

El hombre, templo viviente de Dios

  1. Dios amó al hombre puesto que lo creó de la nada, a “su imagen y semejanza,” concediéndole la vida, la voluntad y la libertad, y pidiéndole que las use para el bien. En el s. II d.C. san Teófilo obispo de Antioquía respondía a alguien que le pedía que muestre a su Dios diciendo: “Muéstrame tú a tu hombre y yo te mostraré a mi Dios”[1]. Esto implica que el hombre puede reflejar al Dios invisible y manifestar su amor y su gloria en todo el mundo. Esto demuestra nuestra grandeza y responsabilidad en nuestra vida como personas y como familia.
  2. La visión ortodoxa del hombre se revela en un enfoque que comprende la totalidad del hombre, en cuerpo, alma y espíritu. El alma da vida al cuerpo y el espíritu hace del hombre en su integridad un ser espiritual, a fin de que el hombre pueda velar por su cuerpo y alma durante su recorrido por esta tierra y para que los presente puros y obedientes al Espíritu. El hombre es un ser integral que está llamado a “participar de la naturaleza divina”[2], a ser Dios por su gracia. Por otra parte, el hombre puede “extinguir el Espíritu”[3] amenazando la unidad de su ser, callando su alma y recluyéndola al cuerpo. Esto sucede cuando el hombre se revela contra la voluntad de su Creador y se aleja de Él, aislándose de la fuente de vida. Pero el Creador no se alejó del hombre en ningún momento, sino que abrió el camino para hacer penitencia y vencer la muerte con la vida en Cristo, quien revocó la corrupción y la muerte con su muerte vivificadora en la cruz y con su resurrección. El Señor ha santificado al hombre con su encarnación, muerte, resurrección y asunción en el cuerpo a los cielos. El Señor dio al hombre que pueda recuperar la efectividad de su creación a imagen de Dios y que obtenga el poder de vencer la muerte y camine de nuevo por el camino de la deificación, dominando pasiones, adquiriendo virtudes, conociendo la Biblia, comprometiéndose con la vida de la iglesia y la práctica de sus sacramentos, con el encuentro con Cristo y sirviéndolo a través del servicio al prójimo.  
  3. Puesto que es poseedor de un albedrío consciente y libre, el hombre debe tomar como lema estas palabras del apóstol Pablo: “Todo me está permitido. Pero no todo conviene”[4]. Esto es lo que el cristiano experimenta en la vida de la Iglesia. Los Sacramentos nos transmiten la vida divina. La Biblia nos fortalece en el Señor y nos llama a imitarlo. El ayuno nos defiende de las tentaciones y seducciones de este mundo. La sobriedad nos aleja de las pasiones. La comunión matrimonial en el seno de la Iglesia permite a los cónyuges caminar por el camino “estrecho” pero glorioso para que con sus esfuerzos mancomunados por seguir a Cristo e imitarlo lleguen a la santidad. Es así como llegan a realizar la perfección y a componer la morada del Espíritu Santo como un núcleo de la Iglesia, un "templo de Dios"[5], una comunión abierta, a través del sacramento del matrimonio, con Dios, con sus hijos y con todos los seres humanos.
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El matrimonio, sacramento de alegría

  1. Dios instituyó el sacramento del matrimonio desde los orígenes, diciendo: “El hombre abandona a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una sola carne”[6]. Al decir “una sola carne,” el Señor quiere significar una unión existencial permanente, es decir, no sólo en términos de emociones, sino también una unión del cuerpo, alma y espíritu, una unión de vida. A través de esta unión, los cónyuges se convierten en un icono vivo del Dios de la Trinidad: dos personas unidas e independientes, unidas por Dios en la unidad que busca la perfección.
  2. Cristo reafirmó la presencia de Dios en el matrimonio al realizar el primero de sus milagros en la boda de Caná[7]. Así le dio una nueva dimensión, no limitándola a la procreación que siempre existió, ni a la comprensión jurídica del contrato social en la sociedad romana. Por la presencia de Cristo, “todas las cosas se hacen nuevas” en el matrimonio[8]. El matrimonio cristiano se ha convertido así en un sacramento sagrado que colma a los cónyuges con la gracia del Espíritu Santo y los hace capaces de llenarse de la “alegría de la salvación”[9] en Cristo.
  3. La salvación y la alegría no son adquiridas como por arte de magia. El Espíritu Santo, respetando la libertad del hombre, no impone la gracia. Espera a que la acepte voluntariamente, cuando se libere de las garras del pecado, y sea capaz de alcanzar la “plenitud en Cristo”[10]. La Iglesia espera que los cónyuges sean conscientes de este don de la gracia, y lo hagan fructificar con la oración diaria, el rechazo al egoísmo y al amor propio para llenarse del amor al Señor y al prójimo. Así, el Espíritu Santo actuará en ellos, y los convertirá de la separación a la unión, haciendo de sus cuerpos “una sola carne” para vivir “a semejanza de Dios”[11], haciendo de sus vidas la expresión del amor divino del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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El matrimonio, sacramento de amor

  1. El Nuevo Testamento describe al Señor Jesús como el Cristo esposo de su novia la Iglesia. El apóstol Pablo dice que el matrimonio entre el hombre y la mujer es un “gran misterio”[12] y lo compara con el misterio de la unión de Cristo y la Iglesia, convirtiéndola en una imagen de amor divino, manifestada en la encarnación y en la Cruz. Por lo tanto, el matrimonio es una unión sin igual entre dos personas vinculadas, no sólo por el mutuo amor, sino también por su unión con Cristo. Durante el servicio del matrimonio, la coronación de los cónyuges se realiza en el nombre de la Santísima Trinidad, porque el amor de los cónyuges, y todo amor, emana del amor de Dios por los hombres y porque el amor es un don perfecto que une al pueblo de la Santísima Trinidad. Los cónyuges están llamados a manifestar este don a su pareja, hijos, seres queridos y hermanos en la parroquia y en el mundo. Todo don implica entregarse en sacrificio y amar al prójimo con generosidad.
  2. La Cruz, la revelación del amor de Dios en el sacrificio de su Hijo Amado, ocupa un lugar central en el servicio del sacramento del matrimonio. Se coloca la cruz con el libro de los Evangelios delante de los esposos para recordarles lo que dijo el Señor: “Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí[13]. “Tomar la cruz” es aceptar voluntariamente las dificultades de la vida y expresar el amor ofreciéndose uno mismo y sirviendo al otro. Éste es el camino de la verdadera alegría, porque “con la cruz ha llegado la alegría en todo el mundo”[14].
  3. Toda la vida cristiana consiste en vivir este amor para con Dios, el prójimo y la creación. En el matrimonio, debe manifestarse especialmente entre los cónyuges. La vida matrimonial es el lugar apropiado para poner a prueba la práctica de este amor, que debe cumplir con los criterios definidos por el apóstol Pablo, a saber, la longanimidad, la fidelidad, la renuncia a los celos, la jactancia y la desolación. También debe tener amabilidad, paz interior, perdón, desapego, confianza en el otro, esperanza en Dios y aceptación de todo[15]. El esfuerzo espiritual hace crecer este amor con la voluntad controlada, con el discernimiento de las pasiones y con una lucha continua contra el egoísmo y el amor propio que son la base de todos los vicios. Este amor también crece a través de la práctica de las virtudes, de “cuanto es verdadero y noble, justo y puro, amable y loable”[16]. Es obvio que en este contexto la violencia doméstica queda completamente excluida porque destruiría los cimientos de la relación marital.

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El matrimonio, sacramento de comunión

  1. El marido y la esposa viven en comunión y todo se decide de mutuo acuerdo. Deben imitar la imagen de Cristo en cada uno de ellos por su decisión de querer unirse a Él. Deben dar gracias a Dios Padre “siempre y por cualquier motivo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, sometiéndose los unos a los otros en atención a Cristo”[17]. Deben esforzarse por hacer crecer su amor para que su relación se vuelva cada vez más armoniosa, reduciendo el espacio entre diversidad y unión, entre la libertad individual y decisiones en común acuerdo.
  2. Esta unión de los cónyuges se complementa en la práctica del amor en obediencia, la obediencia del amor. A través de la obediencia mutua, cada uno de ellos realiza su papel y su vocación en la familia. La obediencia no es la sumisión a una persona que disfruta de más fuerza o poder, sino un acto de entrega de sí mismo. Esta entrega de sí mismo se basa en la confianza en Dios y en escuchar atentamente sus palabras, con los oídos y el corazón. Escuchar es una expresión de amor que requiere prestar atención al otro. Así se fomenta el diálogo y se obtiene la alegría de compartir. En cuanto a la expresión “el marido es cabeza de la mujer,” aunque parezca sugerir una precedencia del marido sobre la mujer, la referencia a “Cristo, cabeza de la Iglesia,” pone esta precedencia en términos de servicio y entrega, no en una situación de autoridad[18]. Es la “cabeza,” en la medida en que ama al otro, quiere su redención y trabaja por su crecimiento[19].
  3. La entrada de los cónyuges en la Iglesia, durante el servicio del matrimonio, simboliza su entrada en el Reino de Cristo. Su unión está sellada por el acuerdo entre ellos y por el acuerdo de ambos con Cristo. La unión del hombre y de la mujer en Cristo forma una pequeña Iglesia, “una iglesia doméstica”[20]. Todo matrimonio cristiano presupone una fe participativa de los cónyuges en Jesucristo. Por ello, en la Iglesia de los primeros siglos, el matrimonio se celebraba durante la Divina Liturgia durante la cual los cónyuges se unían al participar de la Eucaristía, al participar del venerado Cuerpo y la preciosa Sangre de Cristo. Esta participación está simbolizada hoy por la copa de vino de la que beben ambos cónyuges. A través de su participación conjunta en la Eucaristía, los cónyuges otorgan a su amor humano una nueva dimensión injertada en la eternidad. A través de esta comunión se les dio la fuerza para llegar a ser testigos del amor de Dios. Su amor humano entonces se enriquece con la fidelidad y sinceridad, y queda libre de toda separación o divorcio, porque se hizo “fuerte como la muerte”[21] y primicia del Reino. Por ello es preferible que los cónyuges comulguen juntos antes de casarse para que su matrimonio esté sellado con los preciosos Cuerpo y Sangre del Señor.
  4. La familia está llamada a vivir el Reino desde aquí en la tierra, y convertirse en una “iglesia doméstica”[22]. La presencia de Cristo con la familia trasciende su vida humana, convirtiéndola en una pequeña imagen del Reino y dándole la experiencia vivida de este Reino. Por eso San Juan Crisóstomo dice: “Cuando el hombre se une a la mujer en el sacramento del matrimonio, ambos van más allá de la imagen terrenal y se convierten en la imagen del mismo Dios celestial”[23]. Por lo tanto, los cónyuges deben asegurarse de que esta imagen del Reino se conserve, alejándose de las seducciones de este mundo, del gran desafío del consumismo y de todo lo que obstaculice su vida en Cristo.
  5. La procreación es una consecuencia natural del matrimonio. Es el fruto de la unión conyugal y la expresión de la cooperación de los cónyuges con Dios en el acto de crear. La procreación no es el propósito único y fundamental del matrimonio, sino una de las formas de ayudar a la pareja a crecer espiritualmente. A través de la procreación la familia crece, y con ella crece la apertura de los cónyuges a una vida en santidad. Entienden mejor su papel cuando se olvidan de sí mismos y se profundizan aún más en la gratuidad de la entrega y el sacrificio. La procreación amplía los horizontes de la pareja y abre nuevos espacios de amor y comunión, que afianzan aún más su unión en Cristo.

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Segunda parte

Los desafíos contemporáneos de la familia

 

  1. Es menester detenerse a considerar los desafíos que plantean a la vida humana los rápidos cambios de la modernidad y la postmodernidad, con el fin de evaluar su impacto en la familia y saber cómo cotejarlos.
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El secularismo

  1. El secularismo proclama que todo lo que hay en este mundo, incluido el ser humano, pertenece a este mundo y a él le debe su finalidad. Esto se opone al mensaje cristiano que llama a morir para el mundo, es decir, a morir a las seducciones de este mundo[24] y poner la vista hacia la vida eterna. La secularización se niega a admitir la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios, lo que lo lleva a una visión distorsionada de la centralidad del hombre. Según el secularismo, la vida humana se centra en sí misma y ya no en Dios. Ya no oímos hablar de conciencia, pecado, pasiones y Satanás pasa a ser considerado como una superstición. Las ideas secularistas no aceptan que el alma pueda enfermarse cuando pierde la paz con Dios, y que esto conduce a una enfermedad del cuerpo. Por lo tanto, rechazan cualquier recurso al sacramento del arrepentimiento para restaurar la paz del alma.
  2. La secularización es en el fondo una afirmación del individualismo que sustituye a toda apertura y comunión. Para ella, el individuo es un “dios supremo” que goza de una libertad irresponsable e irrespetuosa con los demás. Considera al otro desde la perspectiva del beneficio personal y en términos de posesión, y bajo argumento de “libertad personal” rechaza cualquier idea de compartir. Estas actitudes llevan al hombre de hoy a una soledad mortificante en todos los niveles de vida, mientras que lo que el hombre realmente necesita es sinceridad, lealtad, sacrificio gratuito, fidelidad, coraje, generosidad y nobleza.
  3. El secularismo se caracteriza por debilitar la relación del hombre con Dios y corromper su relación interior, lo que lo aleja de cualquier rectitud en sus relaciones con los demás, particularmente entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio. A menudo, esta influencia negativa se manifiesta también en los niños, en su tendencia a la insubordinación, y su negativa a aceptar y confiar en la autoridad de los padres.
  4. Se ha impuesto la idea de cuestionar los valores tradicionales y de dudar en las costumbres antiguas. El progreso científico práctico y tecnológico de la humanidad, y todas las facilidades que éste ofrece, anima al hombre a confiar en sus propias capacidades, lo cual reafirma su propio deseo por someter y dominar el mundo. Por lo que el hombre confía mucho más en sus capacidades y progreso y pierde confianza en las experiencias espirituales y humanas acumuladas durante siglos, que se han traducido en valores, hábitos, tradiciones y costumbres. De ahí la confusión en el sistema educativo debido al cuestionamiento de ciertos criterios de referencia y ciertos valores éticos, que provienen ya sea de la fe basada en el Evangelio o de la experiencia de los hombres de fe. El escepticismo ignora el papel que estos valores han desempeñado para el progreso de las comunidades humanas y levanta barreras artificiales entre la ciencia – con todos sus logros útiles para el hombre – y la fe; aún cuando la Iglesia reconoce los logros de la ciencia y su contribución para bien del pensamiento humano en ciertas ideas, creencias y hábitos predominantes.
  5. Nadie ignora el impacto de la vida actual en la dispersión de los miembros de la misma familia, y el debilitamiento de la ayuda emocional que se recibía en su seno. El padre y la madre trabajan hasta tarde, y sus hijos no disfrutan de su cuidado por mucho tiempo. Los padres dejaron de ser la referencia para sus hijos, lo que crea un vacío emocional en los más pequeños que puede conducir a desviaciones en conductas posteriores. Es importante que los padres puedan fortalecer la contención familiar para sus hijos. El afecto experimentado por el niño en su familia es la mejor manera de hacerle descubrir el amor de Dios. De esta manera comprenderá que Dios es como un padre para él y que la Iglesia es como una madre.
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La economía y el consumismo

  1. La sociedad de consumo transforma a quien la acepta en una especie de máquina al servicio del dinero, el poder y la búsqueda del bienestar. El consumo excesivo le hace perder todo discernimiento entre lo necesario para una vida digna y lo superfluo, entre la alegría de recibir, y el deseo de poseer y ganar cada vez más. Se olvidan del desapego y la gratuidad del don. El consumismo esclaviza al hombre a su ego y lo encierra en un círculo vicioso. Impulsado por el deseo de poseer todo lo nuevo y consumir cada vez más, se aleja de sí mismo, y su existencia pierde su valor.
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La globalización, las redes sociales y el mundo virtual

  1. La revolución causada por la tecnología informática ha cambiado drásticamente muchos modos educativos tradicionales. La internet es una plataforma donde la expresión es libre y sin reservas, ya que da información de forma instantánea y rápida. Es universal, descentralizada, receptiva, omnipresente y supera todos los límites. Es capaz de adaptarse a todo tipo de temática. Por lo tanto, se ha convertido en un elemento esencial en la vida de millones de personas. Es en una realidad inevitable que se ha de dominar antes de que nos domine. Por su parte la Iglesia participa en todos los sectores de la sociedad para proclamar la palabra de la verdad y defender la dignidad del hombre y de la familia y se esfuerza hoy por cristianizar la internet, sobre todo en sociedades con una baja definición de valores, propagando la verdad y abogando por la restitución de los valores para que la humanidad vuelva a ser lo que era cuando fue creada, o sea, para que retorne a lo que el ser humano es de verdad. Con la experiencia del mundo de la computación que se tiene en el siglo XXI, se puede constatar que si este medio es bien orientado puede convertirse en una herramienta útil para la evangelización, la educación y la comunicación. Siguiendo el mandato de Cristo: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos”[25], el papel de la Iglesia en el mundo es asegurar la evangelización y la educación de los hombres, y a través de su testimonio, guiarlos hacia la salvación, aun en tiempos en los que abundan los motivos para alejarlos de la salvación. Por lo tanto, el objetivo de la Iglesia es poner la revolución tecnológica al servicio de la evangelización, recordando los valores y defendiendo la dignidad humana.
  2. Por otra parte, el rápido progreso tecnológico y la revolución digital han creado un nuevo mundo. Los medios aprovechan esta oportunidad para acercar las distancias entre los seres humanos y ampliarlas a la vez cuando establecen barreras inmateriales entre ellos. El mundo de los medios de comunicación ofrece grandes seducciones a nivel científico, artístico, recreativo, religioso y demás. Estas seducciones atraen a las personas quienes se encierran en su mundo, lejos del mundo real. Los hombres se aíslan y se consideran autosuficientes, sin interesarse ya por el mundo real. Por lo tanto, abandonan cualquier deseo de conocer a los demás y de comunicarse con ellos. Tal situación pone en peligro a la familia. Aísla a cada uno de sus miembros y bajo el pretexto del respeto a la privacidad y la libertad personal, los encierra en mundos virtuales separados, lo que aumenta la soledad entre los cónyuges y crea situaciones familiares críticas. La Iglesia subraya la gravedad de este aislamiento y hace un llamamiento a las familias para que fomenten las oportunidades de compartir en la vida cotidiana. Llama la atención de los padres sobre la necesidad de controlar el uso de los dispositivos del mundo virtual por parte de sus hijos y de establecer límites cualitativos y cuantitativos. Deben dirigir sus hijos a lo que puede enriquecer sus mentes, ampliar sus conocimientos, servir a una buena educación y al refinamiento de su persona en todos los niveles.
  3. El mundo virtual se ha convertido en un nuevo dominio y en un lugar de encuentro entre la gente. Si bien es cierto que ha logrado facilitar la comunicación entre las personas, también ha causado también un gran desequilibrio en nuestra sociedad. Su peligro consiste en reducir al ser humano a una simple imagen, en particular a una imagen exterior atractiva. Uno puede encontrarse en un conflicto interno entre lo que es y lo que desea ser o lo que debe ser.
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Tercera parte

Cuestiones bioéticas

  1. La vida es un don sagrado de Dios. Por ello, la Iglesia considera que lo que tiene que ver con la bioética concierne a grandes valores divinos. La vida de los seres humanos no se reduce solamente a su salud biológica, sino que se extiende a sus dimensiones de progreso espiritual y de predisposición a recibir la gracia divina. Por lo tanto, la Iglesia ha de asistir a las familias creyentes para que busquen la voluntad de Dios y conozcan su ley, particularmente cuando se enfrentan con dificultades físicas y psíquicas; para que confíen en Dios frente a los sufrimientos y para que se aferren a “la esperanza que no defrauda”[26]. De ahí el interés de la Iglesia por los problemas de la bioética que plantea la sociedad contemporánea. Este interés, teniendo en cuenta los avances científicos, la acción política y la Carta de los Derechos Humanos, se basa siempre en la afirmación de la santidad de la vida y el deber de respetarla.
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Cuestiones relacionadas con el comienzo de la vida

  1. Es importante conocer los desafíos sociales y legales y las consecuencias de las técnicas de reproducción y control de la natalidad asistida por la medicina; como así también los problemas que plantea, entre otras cosas, la elección del sexo del niño.
  2. El embrión y el aborto: La Iglesia considera que el embrión es portador de vida desde el primer momento de la fertilización. Por lo tanto, es un miembro de la familia en la que fue concebido “con la ayuda de Dios”[27]. Su importancia no es inferior a la de ningún hombre “creado a imagen y semejanza de Dios”[28]. La Iglesia insta a que se defienda su condición y a que se le permita su crecimiento, independientemente de las dificultades de su familia. Por lo tanto, no permite el aborto en ninguna etapa del crecimiento embrionario. En los casos en que el diagnóstico médico, confirma que la salud o la vida de la madre están en peligro, y se recomienda el aborto, la Iglesia invita a los padres a consultar su guía espiritual para ayudarles a tomar una decisión responsable y justa ante Dios.
  3. La inseminación artificial: La procreación es un acto bendecido por Dios, quien puso en el hombre el deseo natural de tener hijos e hijas, y dispuso el deseo de la maternidad y la paternidad. Por ello, la infertilidad puede ser una situación difícil de soportar, y puede crear problemas psicológicos negativos para los cónyuges que puede llegar a debilitar e inclusive a interrumpir su vida marital.
  4. Los avances tecnológicos han encontrado soluciones a algunos problemas de infertilidad y han logrado curar ciertas enfermedades que impedían la fertilización, lo cual ayuda a los cónyuges a concretar su deseo de tener hijos. Pero estos avances también han posicionado a los creyentes ante desafíos de carácter psicológico, ético y médico, así como los de carácter legal y social.
  5. Las técnicas modernas de inseminación artificial han creado vacilación y confusión entre los creyentes y una gran cantidad de incertidumbre en la elección de los procesos a utilizar. Los problemas que causan tales preocupaciones están relacionados con la inseminación de una mujer por parte de un donante distinto al conyugue, madres sustitutas y embriones supernumerarios que pueden ser eliminados, donados y hasta vendidos.  
  6. La congelación de embriones supernumerarios es de interés para la Iglesia. Estos embriones, que no se introducen en el ovario de la mujer inseminada, generalmente se congelan ya sea para dárselos a otras madres, o para usarlos en la investigación. Y a veces simplemente son eliminados. Además, los embriones colocados en el ovario están sujetos a un proceso de selección, donde se seleccionan los mejores y el sexo del embrión, lo que resulta en la eliminación de los demás. Tanto la eliminación de embriones como su preservación a largo plazo contradicen los principios de la ética cristiana. Si bien pueden ayudar en la resolución de ciertos tratamientos terapéuticos, los exámenes prenatales también pueden llegar a ser problemáticos en términos de fe y ética. Puesto que ciertas enfermedades, diagnosticadas entre la fertilización y el nacimiento que aún no han encontrado una cura, llevan a los cónyuges a optar por el aborto.
  7. La Iglesia ve con recelo el embarazo de mujeres solteras por inseminación artificial, ya que conduce al nacimiento de un hijo sin padre. Esto se aplica también al uso de espermatozoides congelados de un hombre fallecido y al empleo de un óvulo congelado de una mujer fallecida. La Iglesia rechaza el uso de la fertilización artificial por parte de los homosexuales debido a las implicaciones psicológicas, sociales y espirituales que causan en el niño.
  8. Los anticonceptivos: Para regular la vida familiar, la Iglesia acepta el uso de medios preventivos de control de nacimiento, que no utilizan métodos anticonceptivos ni dañan la fertilidad. En este contexto, la Iglesia recuerda que el amor conyugal se expresa no sólo en las relaciones sexuales, sino en el afecto mutuo, el respeto de los cónyuges y la auto entrega. Aspectos que dan un encanto propio a todos los momentos de la vida conyugal. Si bien la Iglesia alienta a sus hijos a reproducirse y a tener hijos, hay que distinguir entre controlar la natalidad e impedir la natalidad. El impedimento de la natalidad sugiere una reducción arbitraria, mientras que el control de la natalidad deja a cada familia la libertad de decidir en oración y en común acuerdo con su padre espiritual o el párroco, dependiendo en cada caso de la salud y las circunstancias espirituales, económicas y sociales.
  9. La adopción: Muchas parejas sufren por no poder tener hijos debido a la infertilidad del hombre o la mujer. Esto a veces conduce a una vida vacía e inestable, ya que las parejas sienten el deseo y el anhelo de ser padres y desean tener hijos para complementar sus vidas. Aquí, la adopción surge como un icono sagrado de la caridad de la Palabra de Dios hacia la naturaleza humana, expresada en el misterio de la encarnación. La adopción es causa de alegría sin límites. Alegría de aquellos a quienes Dios bendice con hijos después de su ausencia. Alegría del buen samaritano que encuentra sentido en su vida asumiendo al otro, vistiendo sus heridas y haciéndole, a través de un amor activo, su “prójimo”[29]. La adopción es un compromiso con el niño adoptado imitando el don de la misericordia de Cristo a los seres humanos. En la Biblia encontramos varios relatos de adopciones[30]. Por lo tanto, la Iglesia bendice la decisión de una pareja, médicamente impedida de tener hijos, de recurrir a la opción de la adopción, sin limitar este acto honorable solamente para aquellos que no puedan tener hijos. En este contexto, y en los países donde estas leyes están ausentes, la Iglesia exige una legislación que facilite la adopción en el marco de las regulaciones civiles locales, con el fin de evitar que los padres recurran a medios ilegales de adopción, y para que se preserven los derechos de los niños y se impida su trata.
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Cuestiones relacionadas con el fin de la vida

  1. La eutanasia: Como la vida es un don de Dios, nadie tiene derecho ni a destruirla, ni a agredirla ni a comprometerla. El sufrimiento le recuerda al hombre su finitud. Todos los medios legítimos pueden utilizarse para reducir el dolor, pero esto no justifica la práctica de la eutanasia. La Iglesia hace hincapié en que el tiempo de nuestra vida nos ha sido asignado para retornar a Dios y purificarnos interiormente a través del arrepentimiento y la reconciliación con Dios, los hombres y nosotros mismos. Por eso oramos “para que el fin de nuestra vida sea cristiano, pacífico y sin remordimiento”[31].
  2. La Iglesia cree que los seres humanos no dejan de existir en el momento de su muerte, sino que se duermen. La muerte no acaba con su existencia, y es sólo un pasaje a la vida eterna. La Iglesia cree que el hombre se levantará de nuevo con un cuerpo espiritual en la segunda venida de Cristo[32]. Por lo tanto, insta a los médicos a preservar la conciencia del enfermo durante el mayor tiempo posible, a que se alivie su sufrimiento, y a que se confíe su vida a las manos de la misericordia divina.
  3. Los avances de la medicina, al poder extender la duración de la vida, han planteado la problemática de la eutanasia. La medicina logra mantener la vida a través del uso de la tecnología, incluso en casos de ausencia de cualquier esperanza de curación. Esta situación es sólo una extensión forzada de la agonía. Pero querer acabar con la vida, sólo con la intención de evitar el sufrimiento, no deja lugar a la esperanza en Dios. Es más sencillo y natural afrontar el final de la vida, permitiéndole seguir su curso de acuerdo con la voluntad de Dios, sin utilizar técnicas médicas para alargar su duración. Para la Iglesia, la ciencia es útil cuando ayuda a los seres humanos a dar sentido a sus vidas, a arrepentirse, a vivir con Dios y a afrontar el final de sus vidas de manera cristiana con fe y con una conciencia espiritual plena.
  4. La Iglesia es consciente de que el dolor intenso puede llevar al hombre a estados de ira, desesperación, depresión y rebeldía a punto de reclamar que se le ponga fin a su vida. Al compartir su dolor, la Iglesia considera que la aceptación del sufrimiento con fe y esperanza en Dios puede conducir a la paciencia y al consuelo que conducen a un estado de gratitud, esperanza en la salvación y sanación interior. Tal como dijo el apóstol Pablo: “Nos gloriamos de nuestras tribulaciones; porque sabemos que la tribulación produce la paciencia, de la paciencia sale la fe firme y de la fe firme brota la esperanza”[33]. La Iglesia hace un llamamiento a toda la comunidad eclesial para que acompañe a los enfermos, mostrándoles su amor y su apego, recordándolos en sus oraciones y mencionándolos en la Divina Liturgia, para que de esta manera se les ayude a permanecer firmes y pacientes.
  5. Los cuidados paliativos al final de la vida: Este cuidado está destinado a fortalecer al paciente y hacer que este período difícil sea menos insoportable para que pueda llegar a un fin de vida pacífico, sin recurrir a medios extremos que resulten penosos para el paciente. Esto requiere ofrecer al paciente un servicio diario, un acompañamiento caritativo, una orientación espiritual y dedicación a la oración.
  6. La donación de órganos: La Iglesia considera que la donación de órganos es un acto de amor que lo decide el donante en pleno uso de su libertad, siempre y cuando no se cause daño a sí mismo. En los casos de muerte súbita, la decisión de donar órganos recae en la persona responsable del recién fallecido. La Iglesia advierte que ha de evitarse cualquier espíritu mercantil o comercial en este ámbito, sacando provecho de prácticas medicinales para extraer órganos a la venta, ya que en ninguna circunstancia está permitido tratar los órganos humanos como productos comerciales.
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Otros asuntos éticos importantes

  1. La renuncia al matrimonio: La Iglesia está muy entristecida por este fenómeno que se expande entre muchos jóvenes, quienes optan por renunciar al matrimonio religioso y se contentan con el matrimonio civil, la convivencia y otras formas de matrimonio nuevas, como los matrimonios entre personas del mismo sexo y su intento de tener hijos. Tales anomalías son contrarias a la familia tradicional y a la posición de la Iglesia sobre la procreación como fruto del amor y de la unión de dos cónyuges. Llegamos hoy a ver niños que no conocen a su padre o a su madre, que tienen dos padres o dos madres, o madres con hijos en ausencia total del padre, o padres con hijos en ausencia de la madre. Llegamos a ver comunidades de convivencia, donde un niño crece en un ambiente que no reconoce la necesidad ni de una madre ni de un padre.
  2. La convivencia: Ante el creciente fenómeno de convivencia de personas que no están vinculadas por un matrimonio lícito, la fe cristiana nos recuerda firmemente que el vínculo matrimonial es una bendición divina, y que el matrimonio es un sacramento de la Iglesia, no sólo un contrato o una alianza. Es Cristo quien realiza este sacramento, invitando a los cónyuges a unirse en Él para llegar a ser “una sola carne”, y hacer de su matrimonio la morada del Señor. A pesar de que está permitido en algunos países y ciertos círculos sociales, muchos estudios han comprobado que la convivencia de un hombre y una mujer fuera del matrimonio no siempre conduce a una vida satisfactoria y sostenible. El Señor Jesús llamó a la mujer samaritana, que vivía en convivencia, al arrepentimiento y a la purificación antes de poder ser partícipe del “agua viva”[34]. Es este tipo de participación, que es el camino a la alegría constante, que la Iglesia desea a sus hijos.
  3. La homosexualidad: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, hombre y mujer los creó[35]. Por ello, la Iglesia se basa en la Biblia y su experiencia para considerar que las relaciones homosexuales contradicen la distinción sexual entre el hombre y la mujer que Dios ha establecido desde el principio para el ser humano. Además, contradicen el sacramento del matrimonio como el concibe la Iglesia, y por lo tanto se desvían del curso normal de la vida matrimonial que Dios quiso para el ser humano[36]. La promulgación por parte de algunos países de leyes que aceptan el matrimonio entre personas del mismo sexo no lo hace legítimo desde el punto de vista de la Iglesia, porque para ella la referencia es la Biblia y la enseñanza de los Santos Padres. De la misma manera son ilegítimas las consideraciones de algunas sociedades contemporáneas sobre el “género” y las posibilidades de su cambio o la manipulación de los genes. La Iglesia acoge con beneplácito los avances científicos, especialmente en la medicina, pero los mira con recelo cuando los seres humanos son privados de su propia humanidad.
  4. La Iglesia hace un llamamiento a los creyentes para que respeten y amen a todos los seres humanos, y los insta a esforzarse por alcanzar la plenitud de su vida humana a través de la vida en Cristo, que se logra mediante la recepción del Espíritu Santo. Vivir esta vida requiere que el creyente busque el arrepentimiento con todo su corazón, alma, pensamiento y capacidad, valiéndose de su fe en Cristo, sus oraciones y su lectura de las Sagradas Escrituras, poniendo su propio esfuerzo y dominando sus pasiones[37]. El Señor, con su amor ilimitado, da al hombre penitente una bendición para llevar su cruz y arribar al puerto de salvación. Así, el hombre, por su voluntad y, con la ayuda de Dios, puede volver a la práctica correcta, incluso si inicialmente sentía sufrimiento e imposición.
  5. Siguiendo los resultados de diversas investigaciones médicas relacionadas con la homosexualidad, la Iglesia hace hincapié en la necesidad de que el padre espiritual acompañe y guíe a estas personas, con amor y sin condenación, con la ayuda de los padres de familia y las oraciones de todos para activar la gracia de Dios en ellos a fin de que puedan tomar las medidas apropiadas que los guíen a la heterosexualidad. Se necesita mucha paciencia y gran amor por parte de los guías espirituales y de la familia, y una cooperación estrecha y duradera entre la persona en cuestión, su familia y quienes lo estén guiando.
  6. La adicción: La adicción es el resultado de un estado psicológico y conductual del ser humano causado como resultado de una crisis y el rechazo de uno mismo y del medio ambiente, especialmente de la familia. La adicción no es un factor hereditario, sino la combinación de una serie de causas acumuladas y enredadas, como las dificultades de la vida familiar, un vacío emocional y una educación deficiente. El resultado es un estado de depresión y una sensación de soledad que conducen al aislamiento y a la adicción intentando salir de la crisis a través de las drogas, el sexo, la violencia, el abuso de los aparatos digitales u otros comportamientos excesivos para satisfacer las inclinaciones y calmar los nervios.
  7. Se deja el estado depresivo que conduce a la adicción, reactivando la gracia bautismal y recuperando el compromiso con la vida de la Iglesia y la práctica de las virtudes, además del tratamiento médico necesario. Dios siempre abre al hombre las puertas del arrepentimiento. Todo arrepentimiento comienza en el hombre con la admisión de que es amado por Dios, y que Él lo llama siempre a superar su condición. La salida de la adicción es difícil para el hombre, pero es posible para Dios, si el hombre se lo pide. La Iglesia recomienda el acompañamiento de un sacerdote o consejero espiritual, así como recurrir a instituciones que ayudan para luchar contra la adicción, a fin de salir del vacío de una realidad estéril e inexistente y dirigirse hacia “verdes praderas”[38].
  8. El acoso sexual de niños y menores: Los niños a veces están expuestos a experiencias dolorosas, y el acoso sexual es una de las experiencias más peligrosas. La Iglesia condena el acoso sexual en cualquier forma, e independientemente de quien sea que lo haya cometido.  Considera que es una violación flagrante a la inocencia y un crimen que requiere el enjuiciamiento de los depredadores y su castigo. La Iglesia insta a todos los afectados, a los pastores y padres, a tomar todas las medidas necesarias para proteger a los niños del acoso sexual para que vivan en ambientes saludables y acogedores. La Iglesia pide en particular a los padres de familia que proporcionen a sus hijos una educación que concientice y alimente su capacidad de discernimiento. También les invita a proporcionarles una educación sexual adecuada, para evitar que sean víctimas de cualquier manipulación o engaño, ya sea por los medios de comunicación, o por las redes sociales, o por contacto corporal directo.
  9. La Iglesia alienta a los padres a despertar en sus hijos el sentido crítico que les ayude a buscar siempre la verdad y a tomar la decisión correcta en todo lo que vean en la televisión o encuentren en las redes sociales y en otros medios de comunicación. En particular, la educación sexual en el hogar es importante porque protege a los niños de los peligros de la permisividad o el mal comportamiento sexual.
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Cuarta parte

El papel de la familia en la vida de la iglesia

  1. San Juan Crisóstomo aconseja a los cónyuges que hagan de su hogar una pequeña iglesia cuando dice: “Que toda vuestra casa sea una iglesia”[39]. Esto se logra mediante la práctica de la oración y el ayuno; mediante la participación en la vida de la Iglesia, el respeto y la motivación mutuos para perseverar en el amor y la práctica de las virtudes. De esta manera, los padres de familia serán un ejemplo para sus hijos.
  2. El ejemplo diario de los padres es la mejor manera para que los niños se impregnen de la vida en Cristo. No sólo las palabras, sino sobre todo los hechos son la mejor enseñanza que influye en los niños porque son un ejemplo vivencial. San Porfirio el vidente decía: “La vida de los padres en el hogar santifica a los niños y les enseña rectitud. Los padres deben entregarse al amor de Dios y comportarse como santos cerca de sus hijos, manifestando paciencia y amor”[40]. La santidad de los padres que viven el arrepentimiento y el perdón es la mejor educación que se puede ofrecer a los niños y los acerca al Señor. El hogar familiar se convierte entonces en una escuela de amor y sacrificio que son las mejores armas para enfrentar los desafíos de la sociedad.
  3. Algunos padres prestan a la educación, la salud y el futuro profesional de sus hijos mucha más atención que a su formación en la fe. La Iglesia recomienda que la mujer embarazada ore por su bebé para que tome conciencia de que un don de Dios está gestando su cuerpo. El mismo san Porfirio afirma que la educación comienza en el momento de la concepción[41]. La Iglesia aconseja a los padres, como primer paso hacia la vida de santidad, que vuelvan a la antigua tradición ortodoxa de elegir un santo intercesor para su hijo recién nacido, y que establezcan con él una relación de oración, incluidos los padres para beneficio de los niños.
  4. Los Padres de la Iglesia piden a los padres de familia que hagan de cada uno de sus hijos “una persona comprometida y un ciudadano de los cielos”[42]. La educación de los niños requiere de los padres destreza y arte; requiere atención, contención y disponibilidad todos los días. La prolongada ausencia de los padres, la renuncia a su responsabilidad como educadores, o su tendencia a dejar a sus hijos al cuidado de asistentes domésticos o guarderías, son una fuente de ansiedad para los niños, y afecta el comportamiento futuro de sus hijos. La educación es un acto sagrado y bendito del cual son responsables tanto el padre como la madre. Esta responsabilidad también es grande para los párrocos y los hermanos y hermanas de la Iglesia que ayudan a las familias a superar las complicaciones de la vida cotidiana y les ofrecen consuelo divino. Así, los niños crecerán adquiriendo importantes valores humanos de fraternidad y comunión. Tendrán horizontes amplios y aprenderán a utilizar su libertad y madurez para tomar decisiones responsables en la vida y para lograr su salvación.
  5. Los Santos Padres recomiendan que cada hogar cristiano se convierta en un lugar de oración para todos los miembros de la familia, así como la práctica de la oración individual por cada uno de sus miembros. La lectura diaria de la Biblia en la casa nutre el alma e ilumina la mente, una necesidad básica para toda la familia y un puerto de tranquilidad en medio de la rutina diaria y las tantas preocupaciones. “Adquieran libros porque son remedios para el alma”, dice San Juan Crisóstomo. “Lean al menos los Evangelios y Hechos de los Apóstoles para aprender de ellos"[43]. La Iglesia recuerda la importancia de la participación familiar en los servicios litúrgicos y la importancia que éstos tienen para la madurez espiritual de la familia.
  6. La familia es donde se aprende a practicar las virtudes, a inculcar la fe y a cultivar el amor. A pesar de las diferencias de puntos de vista entre sus miembros, cada uno de ellos aprende a vivir un amor sin límites. Allí se aprende la indulgencia y el perdón; se aprende a escuchar y a aceptar al otro y esto prepara a sus miembros para mejorar sus relaciones en la sociedad.
  7. El individuo adquiere en la familia un espíritu de responsabilidad, comunión y ayuda mutua, porque debe olvidar sus propios intereses para cumplir el papel que se le ha asignado para el bien común. Se da cuenta de que sus necesidades sólo pueden satisfacerse en una vida familiar basada en la cooperación que se expresa en todos los niveles de la vida. Entonces se da cuenta de que lo propio se convierte en bien de familia, y que sus necesidades vitales son parte de las necesidades de todos.
  8. El modelo de la familia-iglesia, arraigado en la fe, la vida en oración, la lectura de la Biblia y la participación en la liturgia unifica a las familias diseminadas por todo el mundo, independientemente de su distancia geográfica. Es una misma fe la que los une y hace de ellos una inmensa familia de Dios. El comportamiento fundamentado en el amor y la comunión fraterna que resultan de la unión en la fe, en la oración comunitaria y la Eucaristía, son sólo una expresión local de los miembros de esa inmensa familia llamada Iglesia que se extiende por todo el mundo. Eso sucede en la medida en que se dan cuenta de que todo lo que afecta a sus hermanos y a todos los seres humanos, también les afecta a ellos en particular.
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Quinta parte

Recomendaciones pastorales

  1. Una pastoral especializada: Ante los nuevos y crecientes problemas y desafíos que están surgiendo continuamente, es cada vez más necesario una acción pastoral especializada, en la que participen también todos los fieles capacitados porque su accionar se convierte en una necesidad urgente para ayudar a los sacerdotes a llevar a cabo sus responsabilidades pastorales. La complejidad de los problemas sociales y el rápido desarrollo de la ciencia, en particular las relacionadas con el ser humano, exigen de la Iglesia una pastoral amplia que abarque todas las edades, desde la niñez a la tercera edad, sin olvidar los enfermos, discapacitados, huérfanos, viudas y todos los sectores de la sociedad.
  2. Centros de orientación para la familia: El servicio a las familias se debe llevar a cabo pastoralmente, a nivel de las diócesis y las parroquias, en la discusión de sus problemas en reuniones periódicas y en círculos de reflexión en torno a textos patrísticos y científicos. También es importante, el desarrollo de programas de preparación para la contracción del matrimonio y la organización de retiros espirituales donde todos los miembros de la familia se puedan participar. Se puede también formar círculos especializados para asesorar a los cónyuges en sus conflictos y diferencias, como así también definir el contorno de la pastoral familiar y proporcionar asistencia social. Estas diversas actividades ayudarán a resolver posibles conflictos entre los cónyuges, como se experimentó con éxito en algunas de nuestras diócesis.
  3. Una formación pastoral continua: Cada vez hay más necesidad de sacerdotes y laicos capacitados para guiar espiritualmente y dar asesoramiento canónico y médico. Son necesarios grupos de estudio para fomentar el arte de escuchar, la reconciliación y la resolución de conflictos. Corresponde a la Iglesia responder a estas necesidades mediante el desarrollo de programas y sesiones de formación especializada.
  4. El papel espiritual del sacerdote: El sacerdote debe ser consciente de su función espiritual para que las familias crezcan en la vida en Cristo. Debe organizar reuniones espirituales y veladas para animar a los participantes a descubrir el significado de la vida litúrgica y la importancia de la participación en la Divina Liturgia, en el Sacramento de la Eucaristía y en el sacramento de la Reconciliación y Confesión. El sacerdote debe enseñar a cultivar la oración en familia. Corresponde al sacerdote tomar muchas otras iniciativas pastorales para fortalecer la vida en Cristo entre los esposos y sus hijos.
  5. La educación cristiana: La educación cristiana y la evangelización son fundamentales para la vida de la Iglesia y de la familia. El Señor Jesús fue el primero en ejercer el magisterio. Pasó los últimos años de su vida en la tierra enseñando y evangelizando. El apóstol Pablo escribió: “¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia!”[44]. Es por ello que la enseñanza tiene un papel primordial en la educación de los niños y también de sus padres, y en la fundación de familias cristianas. Desde esta perspectiva, la Iglesia difunde el espíritu evangélico por todos los medios apropiados, escritos y audiovisuales, a través de conferencias, simposios, reuniones, encuentros y demás prácticas. Estas actividades difunden un ambiente pacífico y sereno en la familia, y una reflexión de las enseñanzas de la Biblia y de la experiencia eclesial. De esta manera, la familia puede hacer frente con más efectividad al espíritu de consumo que domina las sociedades modernas.
  6. Una cultura del acompañamiento: La Iglesia debe valerse de los especialistas para acompañar ciertas situaciones angustiantes, como la enfermedad terminal, la discapacidad, la violencia y el conflicto matrimonial, por mencionar algunos. Porque este tipo de acompañamiento requiere un profundo conocimiento del estado de las personas en conflicto. la Iglesia ha de difundir la cultura del acompañamiento entre los que trabajan en el campo pastoral y los invitará a la reflexión metódica y cuidadosa del tema. Esta nueva cultura permite un enfoque riguroso y compasivo, teniendo en cuenta a su vez la especificidad de cada caso. Es una manera necesaria de dialogar con el hombre contemporáneo y ayudarlo a descubrir el rostro de Cristo Salvador, que murió y resucitó para dar vida.
  7. El fomento de la procreación: La presencia de niños en una familia tiene grandes beneficios tanto para los padres como para los niños. Permite una vida de comunión entre los miembros de la familia y fomenta su despertar en el sentido de la responsabilidad mutua, el don y el servicio. La familia numerosa no permite que los padres piensen en sí mismos de una manera egoísta, porque están comprometidos con sus hijos. La educación de los niños fortalece su unión. Una familia numerosa, con parientes cercanos y lejanos permite a los niños crecer en un ambiente de amor y atención, y crea en ellos un sentido de pertenencia social que los alienta a dialogar, compartir, cooperar y a desarrollar la capacidad de dar.
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Conclusiones

  1. Esta carta pastoral en torno a la familia llega en un momento en que estamos experimentando muchas conmociones sociales, un progreso científico acelerado y una globalización que imponen nuevas realidades y diferentes formas de vida y reflexión, las cuales afectan en gran medida a nuestras familias. Con la llegada de nuevas formas de matrimonio, y la formación de nuevas parejas, la familia tradicional corre ahora el riesgo de perder su identidad y estructura y se enfrenta a muchos problemas nuevos. Para hacer frente a estos desafíos, los Padres del Santo Sínodo han querido recordar a los hijos de la Iglesia que una buena comprensión de la familia cristiana se basa en el matrimonio y en la fe en Cristo y que ésta es la mejor manera de proteger a la familia de los peligros que la amenazan.
  2. Somos conscientes de que las diversas ramificaciones de los problemas familiares no pueden tratarse adecuadamente en unas pocas páginas. Por eso nuestra Iglesia entiende esta carta pastoral como un primer acercamiento al tema y espera organizar seminarios abiertos a los fieles, en torno a los diversos temas discutidos, a fin de profundizar su estudio y para encontrar soluciones más detalladas para bien de la feligresía.
  3. “La familia es una pequeña iglesia,” una célula de la Iglesia Universal. Todo ser humano es el resultado de lo vivido en su familia, y conoce a Cristo primero a través de sus padres y abuelos. Entonces él mismo y ella misma se convierten, si así lo desean, en sus testigos para el mundo. Nuestra Iglesia cuenta con una plenitud de modelos de santidad procedentes de una buena educación familiar. Los santos antepasados de Cristo, Joaquín y Ana dieron al mundo a la santa Madre de Dios, y ella causó gran alegría a toda la humanidad. Los beatos esposos, san Basilio el Anciano y santa Emelia, ofrecieron a la Iglesia los santos san Basilio el Grande, san Pedro obispo de Sebaste, san Gregorio obispo de Nisa, san Pancracio el eremita y su hermana la santa y sabia Macrina. Es una familia modelo que ha iluminado a la Iglesia y al mundo con sus destellos de una luz inagotable y que ha enseñado una ciencia que trasciende todas las ciencias.
  4. La Iglesia tiene la esperanza de que la familia siga siendo “la alegría de la vida” y que se manifieste en ella el sacramento de la alegría como comunión de vida, amor y reconciliación. Así, nuestras familias serán una imagen del Reino de Dios e iluminarán a la Iglesia con su fe, amor y paz.
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[1]  Α Autólico 1, PG 6:1028.

[2]  2 Pe 1:4.

[3]  1 Tes 5:19.

[4]  1 Corintios 6:12.

[5]  2 Corintios 9:6.

[6]  Marcos 10:7.

[7]  Juan 2:1-11.

[8]  Apocalipsis 21:5.

[9]  Salmos 50:14.

[10]  Efesios 4:13.

[11]  Génesis 1:26.

[12]  Efesios 5:31.

[13] Mateo 10:38.

[14] Oración del servicio de Pascua en el Libro de las horas.

[15] 1 Corintios 13.

[16] Filipenses 4:8.

[17] Efesios 5:20-21.

[18] Filipenses 2:7-8.

[19] Marcos 10:45.

[20] Romanos 16:5.

[21] Cantar de los cantares 8:6.

[22] Romanos 16:5, 1 Corintios 16:19, Colosenses 4:15 y Filemón 2.

[23] Homilía 12 sobre Colosenses, PG 62:387.

[24] Mateo 16:25.

[25] Mateo 28:19.

[26]  Romanos 5:5.

[27]  San Juan Crisóstomo, Homilía 49 sobre Génesis, PG 54:445.

[28]  Génesis 1:26.

[29]  Lucas 10:30.

[30]  Éxodo 2:10, 1 Reyes 11:20, Ester 2:15.7.

[31]  De la letanía menor en los servicios diarios.

[32]  1 Corintios 15:43-44.

[33]  Romanos 5:3-4.

[34]  Juan 4:10.

[35]  Génesis 1 y 2, Mateo 19:4-6.

[36]  Génesis 19:4-8; Levítico 18:22; 20:13; Romanos 1:24-27; 1 Corintios 6:9.1; Timoteo 1:10.

[37]  1 Corintios 9:25.

[38]  Salmo 23.

[39]  Homilía 26 sobre Hechos de los Apóstoles; PG 60:201-204.

[40]  Vida y palabras. 2013, p. 370, en árabe.

[41]  Op. cit., p. 369.

[42]  San Juan Crisóstomo, Ensayo sobre la vanagloria y la educación de los niños; SC 188:104.

[43]  Homilía 21 de Efesios; PG 62:151.

[44]  1 Corintios 9:16.